lunes, 16 de mayo de 2011

MUJERES AL SERVICIO DE CRISTO

¿Piensas que el liderazgo de la Iglesia cristiana fue realizado únicamente por hombres? Esa era mi impresión hasta hace poco. Pablo y Pedro, Agustín, los Papas, Lutero y Calvino, los presidentes de la Asociación General. ¡Todos hombres! Imagina mi sorpresa cuando comencé a investigar más allá de lo obvio y descubrí que la historia de la iglesia cristiana estuvo llena de nombres de mujeres, algunas de ellas profundamente influyentes. Me di cuenta que aunque fueron notorias, sus historias generalmente han sido descuidadas; tal vez porque eran simplemente historias de mujeres, no lo suficientemente importantes como para llegar a los libros de historia. Cuando las mujeres como grupo son pasadas por alto, son también descalificadas y se crea la idea de que no han tenido una influencia significativa en la iglesia cristiana. Vivimos con las consecuencias de esta descalificación. Dado que no conocemos nuestra historia, podemos creer que en realidad sólo importan los hombres. Sin embargo, nuestra postura acerca del papel femenino cambiará al tomar conciencia del legado que nos dejaron.
Me gustaría compartir breves historias de mujeres que tenían dos denominadores comunes. Primero, estaban llenas del Espíritu Santo que a su vez les dio un sentido de misión y dignidad y segundo, no tenían miedo de enfrentar obstáculos o enemigos.
Cristina de Markyate
Considera a Cristina de Markyate (ca. 1096-ca. 1166). Su nombre de bautismo era Teodora, pero ella misma se lo cambió para que reflejara su amor por Cristo. A los trece años se prometió a sí misma que Jesús sería su único “esposo”. De ahí en más refutó a cada clérigo que trató de persuadirla de obedecer los deseos de sus padres que querían forzarla a olvidar esa promesa y aceptar un casamiento. Siempre que defendía su postura, lo hacía apoyándose en la Biblia. Pasó mucho tiempo encerrada en su habitación, sola, sin alguien para apoyarla; únicamente tenía a Dios. Sostenida por el poder del Espíritu y la oración continua, fue capaz de resistir y de vivir la vida conforme a la manera en que pensaba que debía ser. Ese amor y amistad con Dios la movió más allá de cualquier duda o miedo de ser ella misma y la llevó a convertirse en una persona de autoridad y poder.
Katherine Zell
Más tarde encontramos a Katherine Zell (1497-1562), una de las mujeres más francas de la reforma. Cuando tenía alrededor de veinte años se casó con un hombre que casi duplicaba su edad; a lo largo de la vida fueron muy felices.1 Su esposo, un ex sacerdote católico se había convertido en predicador luterano. Juntos conformaron un equipo en el norte de Francia, en la ciudad de Estrasburgo, donde vivieron y trabajaron en pro de la Reforma y la paz entre católicos y protestantes.
Algunos de los opositores de la reforma esparcieron rumores maliciosos acerca de la pareja, diciendo que el esposo engañaba a Katherine con una sirvienta. En vez de reaccionar agresivamente, Katherine publicó una carta a través de la cual explicaba a los habitantes de la ciudad que ella nunca había tenido sirvienta y que el deseo de ellos como pareja era morir lado a lado en cruces, ¡cada uno alentando al otro!
“Katherine no tenía temor de manifestar públicamente su opinión y cuando sus opositores quisieron silenciar su voz les dijo: Ustedes me hacen notar que el apóstol Pablo les dijo a las mujeres que permanecieran silenciosas en la iglesia. Yo les quiero recordar que ese mismo apóstol dijo que en Cristo no existe hombre o mujer, y que la profecía de Joel menciona que ‘tus hijos e hijas profetizarán’”.2 Luego de estas palabras terminó su declaración humildemente pero con sarcasmo: “No pretendo ser Juan el Bautista retando a los fariseos. No alego ser Natán censurando a David. Solamente me contento con ser el asno de Balaam castigando a su amo”.
Katherine no tenía miedo de trabajar arduamente y lo hacía impulsada por sus convicciones; podía realizar lo que otros temían hacer. Organizó reuniones entre líderes católicos y protestantes. Organizó la alimentación y abrigo para tres mil refugiados que llegaron a Estrasburgo como resultado de la Guerra de los Campesinos. También se ocupó de cuidar a uno de los líderes de la ciudad que enfermó de lepra. Compiló y público himnos en forma de panfletos, para inspirar a los pobladores y concentrar su atención en Dios, en medio de la rutina y actividades de la vida diaria. Y, como última obra, ofició en el funeral de una mujer que no compartía la misma fe, dado que el ministro luterano local se negó a hacerlo. El Consejo de la Ciudad quería reprimir duramente a Katherine por su transgresión, pero ella enfermó y falleció antes que lograran hacer algo en su contra.
Elizabeth Hooton
Esta es otra historia acerca de una mujer cristiana valiente. Elizabeth Hooton (1600-1672) fue la primera cuáquera convertida y la primera predicadora cuáquera en Inglaterra; esto sucedía en el siglo XVII.
Como cuáquera, ella creía que para Dios, la mujer y el hombre eran iguales, y por lo tanto no dudó en desafiar a los sacerdotes en cuanto a asuntos doctrinales ni tuvo temor de resistirse a arrodillarse ante el rey Carlos II.3 Fue azotada y encarcelada varias veces por su conducta y creencias, pero la opresión no hizo cesar sus actividades. Elizabeth era una mujer de “ilimitada fortaleza y perseverancia”4 e iba donde el Espíritu la guiara. A la edad de 61 años, fue a Nueva Inglaterra (actualmente los Estados Unidos) como misionera, sabiendo que probablemente allí también la esperaba la persecución. Las autoridades puritanas de Massachusetts estaban tan decididas en la postura de no recibir ningún cuáquero, que aprobaron una ley prohibiendo que los capitanes de barcos dejasen desembarcar alguna persona de esta religión en el puerto de Boston, so pena de pagar una multa de cien libras.
Siendo así Elizabeth tuvo que bajarse del barco en Virginia y caminar la gran distancia que la separaba de su meta final. Ni bien llegó a Boston fue encarcelada, pero el gobernador creyó que aun en la cárcel era demasiado peligrosa, por lo que fue sacada y obligada a caminar hacia una región boscosa donde los guardias armados la abandonaron en pleno invierno, a la merced de osos y lobos.
Elizabeth finalmente salió ilesa del bosque y volvió a Inglaterra, donde permaneció apenas el tiempo suficiente para obtener el permiso del rey para comprar algunas tierras en Boston, a fin de construir una casa. Siendo que era muy realista, creyó que en Boston se necesitaba un lugar donde pudieran quedar los cuáqueros que estaban siendo perseguidos. Sin embargo las autoridades de dicha ciudad desconocieron la orden del rey; esta vez la encadenaron a un carruaje y la forzaron a caminar pasando por tres ciudades. En cada lugar le quitaron la ropa de la espalda y la azotaron con un látigo de tres cuerdas. Luego de ese castigo una vez más fue abandonada en los bosques para morir.
Por causa de su labor misionera en la región de Nueva Inglaterra fue encarcelada tres veces, recibió nueve azotes severos y dos destierros a los bosques, pero Elizabeth consiguió salir con vida de las tierras salvajes y decidió tomar un nuevo rumbo. Sin embargo pocos días después de desembarcar en Jamaica, murió pacíficamente, lejos de su pueblo natal en Inglaterra. El amor que tuvo por la humanidad la motivó a atravesar cada aflicción que se le enfrentó en su camino de la vida.
Elena White
Los adventistas tenemos nuestra propia heroína. Elena White era bastante joven cuando le dijo “Sí” al llamado de Dios y permitió ser llena del espíritu. El sentido de misión divina le dio valentía para colocarse aun frente a la gente que la rechazaba y trataba de impedir su trabajo, que ya de por sí era difícil. En una época en la que no se destacaban las mujeres como líderes religiosas, ella escribió, predicó, viajó y guió el movimiento adventista por más de cincuenta años. ¿Dónde estaría la Iglesia Adventista del Séptimo Día sin Elena White? Ni siquiera es muy seguro que hubiera existido si no hubiese sido por ella.
Elena y las demás mujeres mencionadas sirven de ejemplo de lo que puede suceder cuando alguien dedica completamente su vida a Dios. Donde está el espíritu del Señor, hay libertad. Libertad del miedo. Libertad de vivir la vida en forma cabal y completa.

REFERENCIAS

1. Véase Roland H. Bainton, Women of the Reformation: In Germany and Italy (Minneapolis: Augsburg Publishing House, 1971), p. 55.
2. Véase Ruth A. Tucker y Walter Liefeld, Daughters of the Church: Women and Ministry from New Testament Times to the Present (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 1987), p. 183.
3. Ibid., p. 227.
4. Elaine C. Huber, “‘A Woman Must Not Speak’: Quaker Women in the English Left Wing,” en Ruether y McLaughlin eds. op. cit., p. 165.