En los pucheros, en los que sufren, en los laberintos
virtuales de la Red ?
Omnipresente, se busca a Dios por todas partes. El florecimiento del pensamiento
científico parecía esbozar el final de la fe, el desvanecimiento de la
espiritualidad trascendente. Dios dejaría de ser la justificación de los hechos
inexplicables de la naturaleza porque la ciencia encontraría las respuestas,
las razones. Han pasado dos siglos y el 98% de la población mundial afirma
creer en una fuerza superior; el 50% la denomina Dios. Ante la evidencia,
parece que la ciencia no ha tenido más remedio que plegarse a la búsqueda. Se
busca a Dios entre las moléculas. Algunos investigadores escudriñan en el
entramado celular del complejo cerebro Sapiens sapiens y otros rastrean la
elegante doble hélice del ADN. ¿En qué lugar de la bioquímica se encuentra el
templo del Altísimo? ¿Por qué tenemos fe?
Para
el neurocientífico Michael Persinger, la 'morada' de Dios está sobre las
orejas, en los lóbulos temporales
Algunos
metafísicos proponen que Dios ha caído del cielo y se está despertando dentro
de cada individuo
Andrew Newberg, investigador de la Universidad de
Pensilvania cuyo último libro se titula Por qué creemos lo que creemos, asegura
que nuestro cerebro "es esencialmente una máquina creyente porque no tiene
otra opción". Por su parte, Dean Hammer, genetista de los Institutos
Nacionales de la Salud
de EE UU, afirma en El gen de Dios que "la espiritualidad es una de
nuestras herencias básicas. Es, de hecho, un instinto. (?) Tenemos una
predisposición genética para la creencia espiritual". El fundamento de tal
afirmación no sólo lo sitúa en sus investigaciones, sino en una encuesta realizada
por la institución a la que pertenece. Más de un tercio de los participantes
aseguraba haber tenido algún tipo de contacto con una poderosa fuerza
espiritual. Conviene apuntar que al mismo tiempo que se ha constatado un
aumento de la fe, han disminuido las prácticas religiosas, subrayando de nuevo
que, aunque a menudo se identifican, no es lo mismo religión que
espiritualidad.
El área de la ciencia que más pistas ha recabado sobre la
posible morada de Dios es la neurología; de hecho, hace años que se habla de
una subdisciplina cuyo nombre lo dice todo: neuroteología. Claro que la
realidad depende de los ojos que la miren porque los resultados de los
experimentos sirven a unos para demostrar la existencia de Dios, y a otros,
para afirmar que son la constatación de que el Supremo es sólo un producto
mental más. Los más prudentes dicen: "Estamos biológicamente determinados
para encontrar sentido a nuestras vidas. Sin embargo, si Dios es una mera
creación de nuestro cerebro o no, todavía no está probado científicamente".
Así contestaba Newberg por correo electrónico.
Newberg tiene experiencia en la exploración de lo divino
en lo humano. Ha tomado numerosas imágenes de los cerebros de monjes de
distintas confesiones y de otros voluntarios en estado de meditación u oración
profunda. De este modo, ha visto que en los momentos álgidos se producen varios
fenómenos neuronales simultáneamente. Aumenta la actividad en las áreas
frontales encargadas de focalizar la atención, lo cual corresponde con la
concentración propia de los estados de recogimiento profundo; también se
observa una sobreactivación del sistema límbico, un grupo de estructuras
asociadas a las emociones y a la memoria. Pero el hallazgo más sorprendente fue
que al mismo tiempo se desactivan los lóbulos parietales, las regiones situadas
aproximadamente debajo de la coronilla en los dos hemisferios. Se podría decir
que esta área es la residencia del sentido del yo, es donde radica el concepto
de individualidad. La reducción de la actividad durante la meditación o la
oración tiene como consecuencia la disolución de las fronteras entre el yo y el
entorno y conduce a la sensación de comunión con el universo, de pertenencia a
la totalidad. Exactamente lo que describen los que alcanzan un estado profundo
de trascendencia espiritual, de misticismo.
Uno de los pioneros de la búsqueda de Dios en el laberinto
neuronal es Michael Persinger, neurocientífico de la Laurentian University
(Canadá), que hace 20 años escribió un libro titulado La base neurofisiológica
de la creencia en Dios. Persinger estaba interesado en descubrir por qué
personas de distintas confesiones, culturas y estatus sociocultural podían
experimentar estados de iluminación tan similares. Para ello comenzó a aplicar
campos electromagnéticos débiles, pero muy precisos, al cerebro de quienes se
prestasen. El objetivo era encontrar el área cerebral y la configuración
electromagnética que permite a algunas personas experimentar la presencia de
seres sobrenaturales. El 80% de las personas que se pusieron el famoso casco de
Dios describieron cómo se habían encontrado con la divinidad. Aquellos que ya
tenían experiencias previas aseguraron que las sensaciones generadas por el
casco eran las mismas que las espontáneas. El propio Persinger, no siendo
creyente, experimentó un contacto con Dios mientras aplicaba los campos
magnéticos a otro. Para este neurocientífico, la morada de Dios se encuentra en
los lóbulos temporales, las regiones del cerebro situadas sobre las orejas. Las
conclusiones de Persinger estuvieron en entredicho cuando un grupo de
investigación sueco no pudo reproducir sus resultados. La polémica se cerró sin
un acuerdo claro.
Los más evolucionistas se preguntarán qué interés
evolutivo puede tener para el ser humano la capacidad para tener experiencias
místicas. "El cerebro nos da dos funciones básicas: automantenimiento y
autotrascendencia. Nos ayuda a adaptarnos y cambiar a lo largo de la vida. La
religión y la espiritualidad también nos proporcionan estas funciones básicas,
así que ofrecen beneficios sustanciales al individuo", dice Newberg. Dean
Hammer comparte su opinión: "Sostengo que uno de los papeles más
importantes de los genes de Dios en la selección natural es proporcionar a los
humanos un innato sentido del optimismo". Y el optimismo, opina,
"mejora la salud humana y prolonga la vida". De hecho, la mayoría de
las personas que han vivido una experiencia mística dicen que su vida mejoró y
su percepción del mundo cambió. Según Hammer, ese efecto se debe a que esas
personas están obligadas a plantearse "la cuestión más importante de la
vida: la consciencia. (?) Sin ella no sabríamos quiénes somos ni adónde vamos.
Sin embargo, nunca pensamos en ella". Cabe añadir aquí los estudios que
indican que la meditación y las creencias religiosas tienen un impacto positivo
en la salud y en la longevidad.
Los trabajos de Hammer para buscar los genes de Dios
parten de estudios con gemelos. Éstos indican que los gemelos coinciden en sus
creencias espirituales más que los hermanos no gemelos. Tras rastrear fragmentos
de ADN, el investigador identificó un gen conocido como VMAT2. Como todos,
presenta unas cuantas variantes que se diferencian entre sí por algunas de las
letras que lo componen. Hammer postula que las personas que tienen en su genoma
una de ellas tienen mayor tendencia espiritual, más disposición a lo que
describe como autotrascendencia. Curiosamente, el supuesto gen de Dios nos
remite de nuevo al cerebro porque el VMAT2 controla el uso de un grupo de
neurotransmisores muy interesantes. Entre ellos, la dopamina y la serotonina,
dos moléculas asociadas con el placer y la felicidad y también con sus
reversos: la adicción y la depresión.
Hammer no es el único experto que relaciona la doble
hélice con la divinidad. Un científico del prestigio de Francis Collins,
responsable del consorcio público que secuenció el genoma humano, afirma que
estudiando el código genético ha encontrado a Dios porque una complejidad
semejante sólo puede ser obra de un Creador. Eso sí, aclara que no cuestiona la
evidencia de la evolución, pero en su opinión la teoría de Darwin no está
reñida con la existencia de una inteligencia superior. Gregg Braden, un
ingeniero que ha trabajado en el desarrollo aeroespacial e Internet, es otro
buscador de lo divino que ha unido elegantemente ciencia y tradiciones
espirituales y que también ha encontrado la huella del Creador en la doble
hélice. En El código de Dios expone sus investigaciones sobre la Cábala , la lengua hebrea y
su paralelismo con los elementos químicos que componen el código genético.
Braden propone que el nombre de Dios está escrito en el ADN de cada una de
nuestras células, Dios está en nuestro interior.
Buena parte de la comunidad científica no quiere ni oír
hablar de Dios; unos, porque consideran que son campos radicalmente diferentes,
y otros, porque los consideran incompatibles. Entre los últimos se encuentra el
ferviente ateo y apasionado discípulo de Darwin Richard Dawkins. Este biólogo
británico despliega su armamento para fulminar a Dios y defender la teoría de
evolución, que, según él, explica la vida ?su último libro se titula El
espejismo de Dios?. Dawkins habla sobre todo de religión, no de espiritualidad,
y la considera una amenaza para la ciencia y para los espíritus racionales.
Hammer, que lo menciona en varios capítulos de su libro, escribe que
"irónicamente, al final ha resultado que Dawkins cree en una religión ?la
ciencia? que sigue más por fe que por lógica". Por su lado, Newberg afirma
que, "puesto que siempre estaremos atrapados en nuestro cerebro, todos
nosotros, desde el más devoto hasta el ateo más recalcitrante, tenemos
creencias. Simplemente son diferentes".
Y en el repaso de la búsqueda científica de la divinidad,
es obligado mencionar la física. Michael Faraday, el descubridor de la
inducción electromagnética, decía que "toda la materia se mantiene en su
lugar gracias a una fuerza. Tenemos que asumir que detrás de esa fuerza existe
una mente consciente e inteligente". Casi dos siglos después, la física
persigue la llamada partícula de Dios, es decir, el bosón de Higgs. El apodo
viene de que esta escurridiza partícula parece haber existido sólo durante una
decena de segundos después del Big Bang, pero en su corta existencia podría
haber originado toda la materia. A pesar de que los físicos la buscan desde los
años sesenta, aún no ha sido detectada. Dios se hace de rogar.
Algunos metafísicos proponen que Dios ha caído del cielo y
que se está despertando en cada individuo para crearse a sí mismo a través de
su propia criatura. De modo que tal vez haya que buscar a Dios en las acciones.