En su libro Mortal Lessons: Notes on the Art of
Surgery, el cirujano Richard Selzer narra lo sucedido una noche en
que se encontraba junto al lecho de una mujer que comenzaba a recuperarse
de una cirugía facial. Tenía la boca contorsionada grotescamente
a causa de la operación. Se le había desarrollado un tumor
en la mejilla y para extirparlo, el cirujano había tenido que cortar
una diminuta fibra del nervio facial que correspondía a los músculos
bucales. Por el resto de su vida, la boca iba a tener ese gesto extraño.
Un hombre joven se encontraba en el cuarto, junto a su cama. Levemente
iluminados por una lámpara, parecían ignorar al cirujano.
“¿Quiénes son?”, se pregunta. “Él
y la mujer con la boca deformada que yo causé; ellos, que se miran
y se acarician con tanto afecto”.
“¿Me quedará la boca así
para siempre?”, le pregunta ella, mirando al doctor.
“Sí, porque tuve que cortar el nervio”,
explica Selzer.
Ella asiente en silencio.
Pero el visitante sonríe. “A mí
me gusta”, comenta. “Te queda gracioso”.
Entonces Selzer se da cuenta de quién es el
hombre, y baja la mirada. Sin preocuparse por la presencia del cirujano,
el joven esposo se inclina y besa a su esposa en la boca torcida. Selzer
estaba tan cerca que podía ver cómo él doblaba sus
propios labios para acomodarlos a los de ella, para mostrarle que aún
podían ser besados.1
Uno se pregunta cómo habrá hecho Dios
para acomodar su boca y soplar en la nariz de Adán el aliento de
vida (Génesis 2:7). ¿Puedes imaginarlo? El don de la vida
es conferido a la raza humana en un encuentro cara a cara. Dios forma
una obra de arte a partir del polvo húmedo de la tierra. En el
proceso, se crea un vínculo entre el artista y su obra. Entonces
llega el momento del toque final. ¡Sólo Dios lo hubiera pensado!
Los labios vivientes se acercan a la fría nariz de lodo. Un soplo
silencioso de vida pasa de la boca de Dios a la inerte escultura de barro.
Los labios de polvo se llenan de vida. Los ojos fríos e inexpresivos
se abren y se encuentran con la mirada danzante de los ojos divinos. El
rostro sonriente de Dios permanece muy cerca. Sus manos aún sostienen
el rostro del hombre. Es la primera experiencia de vida de Adán,
un encuentro cara a cara con Dios. ¡Qué momento!
La identidad que Dios concede
El libro de Génesis traía buenas noticias
a la generación de israelitas que se preparaban para entrar en
la tierra prometida. Era un pueblo inseguro de su identidad y de su propósito
en la vida y su futuro. Un pueblo que debía mantener una postura
espiritual y moral en medio de una cultura inmoral que negaba a Dios.
Un pueblo que luchaba por creer que la tierra prometida era mejor que
Egipto o que cualquier refugio en el desierto. Tenía que ser diferente
de sus vecinos paganos. Lo mismo se espera de nosotros, que somos el pueblo
de Dios para el tiempo del fin. ¿Qué mejor imagen podemos
tener que la de Dios tomando el rostro de Adán entre sus manos
y acomodando sus labios contra sus narices polvorientas para darle vida?
¿Nos hizo a su imagen y su semejanza? Pues entonces, nuestra identidad
moral y espiritual provienen directamente de Dios (Génesis 1:26-28).
A mediados de los años 90, el fabricante de
juguetes Mattel lanzó a Barbie, la muñeca de más
venta en el mercado de los juegos electrónicos. El bello maniquí
de 28 centímetros ahora puede caminar y moverse en un programa
informático interactivo. Incluye el programa “Diseñador
de moda”, que permite crear hasta 15.000 diferentes atuendos que
las Barbies muestran en una caminata tridimensional por una pasarela.
Y también está el programa “Creación de historias”,
donde es posible crear tus propios filmes de Barbie, incluyendo argumentos
y escenas de acción. Se trataba de una estrategia comercial para
que las niñas fueran tan adictas a la informática como lo
son los varones. De esa manera, por más de 40 años, Barbie
ha sido el medio por el cual las jovencitas han imaginado la vida y se
han proyectado a su futuro.
Algo semejante ha ocurrido con las diversas teorías
acerca de la naturaleza humana existentes en el mundo actual. Evolucionistas,
sociólogos, psicólogos, seguidores de la Nueva Era, marxistas,
budistas, musulmanes y cristianos de diversas convicciones han “vestido”
al ser humano de diferentes maneras. Los marxistas dicen que nos forman
las presiones socio-económicas. Los evolucionistas, que somos la
culminación del desarrollo biológico natural de la supervivencia
del más apto. Los de la Nueva Era afirman que somos dioses y parte
de una vasta conciencia cósmica. Los existencialistas nos han dicho
que sólo nosotros decidimos nuestro destino. Jean Paul Sartre declaró
que “el ser humano es como una burbuja de conciencia en el vasto
océano de la nada, en el que flotamos precariamente hasta explotar”.
Sin un claro sentido de identidad, podemos sentirnos
perdidos y anónimos en medio de los miles de millones que pueblan
nuestro planeta. El futuro puede parecer absurdo y sin sentido. Gran parte
de la crisis moral de nuestra sociedad y las disfunciones familiares se
deben a que existe confusión acerca de quiénes somos y para
qué estamos en el mundo.
Afortunadamente, el Génesis nos recuerda que
hemos sido creados a imagen del Dios que nos ama y está obrando
para redimirnos. Este despertar repentino por el soplo en las narices
de polvo inerte es significativo pues constituye el fundamento de lo que
la Biblia enseña acerca de quiénes somos. Explica el propósito
de nuestra vida y apunta a nuestro destino. Delinea nuestra dignidad,
nuestras responsabilidades y derechos.
Un centro espiritual
Naomi Rosenblatt escribe: “Estar hechos a imagen
de Dios nos proporciona un centro espiritual portátil”.2
Donde vayamos, esa esencia nos acompaña. “Si nos consideramos
hechos a la imagen de Dios, nadie más puede definirnos”.3
Cuando somos conscientes de esa identidad espiritual, nadie puede usurparla
ni reemplazarla, aun cuando pasemos por situaciones difíciles.
Eso es lo que Israel necesitaba oír en el pasado. Eso es lo que
necesitamos oír hoy como pueblo remanente de Dios que se encuentra
a las puertas de la tierra prometida celestial. Y siempre debe ser parte
del mensaje del evangelio a un mundo habitado por seres confundidos acerca
de su origen, propósito y destino (Apocalipsis 14:7; 10:1, 5-7;
4:11; 21:1, 5).
Aquel despertar milagroso del Génesis indica
no sólo que Dios tiene poder de crear algo de la nada (incluyendo
la nada de nuestras vidas), sino también que tiene el deseo de
que así sea. Esto ha sido afirmado en el Calvario, donde los labios
de Jesús se contorsionaron al pronunciar palabras de dolor, angustia
y perdón. El Apocalipsis nos promete que en la nueva creación
los seres humanos verán una vez más el rostro de Dios cara
a cara (Apocalipsis 22:4). Y sus labios pronunciarán palabras de
bendición, sonreirán con gozo y entonarán una canción
(Sofonías 3:17).
Hoy, en medio del sufrimiento y las pruebas, se nos
invita a meditar en aquella primera manifestación del amor divino
por nosotros, cuando Dios nos concede el aliento de vida para que reflejemos
sus cualidades morales en este mundo. La cruz afirma ese milagroso comienzo
y nos brinda el poder para ser restaurados por completo a su imagen (Romanos
5:10-21; Apocalipsis 12:10, 11). La promesa de la nueva creación
revela no sólo quiénes somos sino también adónde
vamos (Apocalipsis 22:3, 4; 2 Pedro 3:11-14; 1 Juan 3:1-3; Colosenses
3:1-10). Vivimos, pues, entre la creación primigenia y la restauración
futura, seguros de nuestra identidad y confiados en nuestro glorioso destino.
¡Alabemos a Dios por ello!
Walter Gabriel Quispe Apaza,.
REFERENCIAS
1. Richard Selzer, Mortal Lessons: Notes
on the Art of Surgery (Nueva York: Simon and Schuster, 1974), pp.
45, 46.
2. Naomi H. Rosenblatt, Wrestling With
Angels (Nueva York: Delacorte Press, 1995), p. 15.
3. Ibid., p. 14.
1 comentario:
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