En una disputa con la ciencia, la religión siempre
pierde. Esa es la creencia popular, que implica que la religión
jamás debería hacer afirmaciones verificables, dado que
no tiene contacto con la realidad. Los que comparten esta creencia citan,
como ejemplos, la física de Galileo, la geología de Hutton
y Lyell, la biología de Darwin y la psicología de Freud.
Afirman que la religión, especialmente la de origen sobrenatural,
siempre ha perdido y siempre perderá en estos debates. O bien la
abandonamos o deberíamos adoptar una versión liberal que
no realice aseveraciones que pueden someterse a pruebas racionales.
Es cierto que algunas religiones no afirman nada respecto
del universo físico que pueda verificarse. Pero para el cristianismo
bíblico, aceptar esa postura sería fatal. ¿Cómo
podría afirmar como hechos reales la creación del mundo,
el Diluvio universal, el Éxodo de Egipto y la resurrección
de Cristo? Sin afirmaciones como éstas, el cristianismo bíblico
se desmoronaría.
Resulta problemático, sin embargo, afirmar que
“la religión siempre pierde”. En primer lugar, la disputa
no ocurre entre la ciencia y la religión, puesto que hay científicos
del lado “religioso” y teólogos del lado “científico”.
El debate enfrenta la postura estrictamente naturalista con la que afirma
la realidad de lo sobrenatural; vale decir, entre los que creen que el
universo es autónomo y nunca ha tenido interferencias externas,
y los que creen que Dios interviene y puede cambiar el curso natural de
los acontecimientos.
Por eso, el caso de Galileo no es un buen ejemplo.
Tanto él como los que se oponían a sus ideas aceptaban la
realidad de Dios y su soberanía en el universo físico. El
debate ocurría en el campo teológico y giraba en torno a
si ciertos pasajes bíblicos debían ser tratados como ontológicamente
precisos (reales) o sólo fenomenológicamente precisos (mera
descripción de apariencias), y a la autoridad de la Iglesia Católica
en estas cuestiones.
Decir que la religión no siempre pierde en estos
debates es verdadero, pero trivial. La ciencia nunca puede probar con
absoluta certeza que una teoría es errónea. Aun si una teoría
parece ser más confiable que otra, siempre es posible que nuevas
evidencias inclinen la balanza a favor de una teoría que en ese
momento no es aceptada. Podemos afirmar que una teoría realizó
predicciones acertadas, pero no podemos saber a ciencia cierta que una
teoría particular es absolutamente correcta.
Por eso, expresaremos la proposición de otra
manera para otorgarle más contenido empírico: Las hipótesis
científicas e históricas arraigadas en una cosmovisión
sobrenatural o compatibles con ella a veces tienen más apoyo empírico
que las hipótesis enraizadas en una cosmovisión naturalista
o compatibles con ella. Y, lo que es más importante, en algunos
casos este apoyo se ha incrementado con el tiempo.
Ejemplos de la historia
En el campo histórico, un contraejemplo de “la
religión siempre pierde” está dado por la confiabilidad
de la cronología de los libros bíblicos de Reyes y Crónicas.
Por mucho tiempo, los escépticos creían que la cronología
“bíblica” era inexistente, y que los confusos datos
cronológicos que existían eran incompatibles con la cronología
“real” y secular.1 A partir
de los estudios de Thiele2, la cronología
de Reyes y Crónicas es considerada coherente y capaz de corregir
la cronología secular.3 El enfoque
bíblico ha ganado, o por lo menos ha mostrado ser más útil
para explicar los datos. En este caso, la religión no perdió,
y es improbable que en el futuro pierda en este tema.
Otro contraejemplo es el libro de Daniel. Los escépticos
afirmaban que Belsasar nunca había existido, que la cronología
de los eventos narrados era confusa, y que como todo el libro era ficción
no tenía sentido buscar en él a personajes históricos.4
El tiempo ha hecho cambiar de parecer. Belsasar no
sólo existió, sino que resultó ser el príncipe
heredero (la misma palabra hebrea para rey), capaz de ofrecer sólo
el tercer puesto de mando en el reino. La cronología sobre el año
en que Nabucodonosor tomó cautivos en Jerusalén también
ha sido confirmada. Acaso lo más interesante es que en documentos
babilónicos se han hallado los nombres de Daniel5
y de sus tres compañeros6. Esto
no significa que se ha verificado cada declaración del libro. Todavía
está en duda la identidad de Darío el Medo (aunque no se
ha descartado a todos los candidatos). Pero la historicidad del libro
está en mucho mejor posición que en el pasado. En este caso
también, la religión está ganando.
Ejemplos de las ciencias
Lo mismo puede decirse de las ciencias. Durante más
de un siglo los adventistas han venido declarando que el tabaco es “un
veneno lento, insidioso, pero de los más nocivos”.7
Cuando esto se escribió, los científicos no compartían
ese punto de vista; pero en los últimos 50 años las pruebas
se han vuelto abrumadoras respecto de la certeza de esta afirmación
surgida en un contexto religioso. La religión no perdió
en este caso. La misma autora de la afirmación anterior habló
a favor de las ventajas de un régimen vegetariano, que cada vez
encuentra más apoyo en las investigaciones científicas.
Hay también casos relevantes para la controversia
creación-evolución. El primer ejemplo es cosmológico.
¿Ha existido el universo desde un pasado infinito o ha tenido un
comienzo? La mayoría de los científicos todavía apoya
la primera opción, argumentando a menudo en base a prejuicios contra
lo sobrenatural.8 Este prejuicio explica
gran parte de las objeciones a la teoría del Big Bang. Si el universo
tuvo un comienzo, necesitaría de un creador. Tan grande era el
deseo de defender un universo eterno que, al hacerlo, Einstein cometió
lo que él llamó su error más grande,9
al introducir una constante cosmológica en la ecuación del
universo para mantenerlo estático. Sin embargo, las evidencias
disponibles apoyan el concepto de que el universo tuvo un comienzo. La
religión no está perdiendo.
Otro ejemplo tiene que ver con la supuesta existencia
de los llamados órganos vestigiales. A partir de Darwin, éstos
han sido utilizados como argumento en contra del diseño, y por
lo tanto de un diseñador. En la exposición clásica,
Wiedersheim10 enumeró más
de 150 estructuras que creía vestigiales. Supuestamente, se trataba
de estructuras o partes del organismo humano que habrían cumplido
una función en el cuerpo de algún presunto antepasado animal
en la secuencia evolutiva, pero que ahora no cumplían función
alguna. Wiedersheim hizo notar que algunas, como las glándulas
tiroides y adrenal, tenían probablemente alguna función,
por lo que podrían no ser verdaderamente vestigiales, y que lo
mismo podría decirse de otros órganos. Pero algunos de sus
seguidores no fueron tan cautos, por lo que no fue raro que las glándulas
timo y la pituitaria, así como el apéndice fueran declarados
completamente inútiles.11 Esta
postura era necesaria para oponerse a los creyentes en un diseño,
ya que si estos órganos cumplían alguna función,
su existencia en un organismo diseñado no serviría como
prueba en contra de un diseñador.12
Sin embargo, investigaciones posteriores hallaron funciones para todas
estas estructuras, destruyendo, algunas veces dramáticamente, los
argumentos en contra del diseño. Podría afirmarse que, en
este caso, el prejuicio a lo sobrenatural fue perjudicial para la ciencia,
ya que llevó a algunos científicos a no investigar las posibles
funciones de una estructura debido a sus prejuicios naturalistas.
Se podría aun afirmar que ese prejuicio causó
varias muertes. Aunque el bazo no estaba en la lista de Wiedersheim, cuando
yo estudiaba medicina era común catalogarlo como un órgano
inútil del que bien podríamos prescindir, ya que sangraba
cuando sufría una lesión. (Su única función,
se decía, era mostrar que los humanos y los perros tenían
un antepasado común; en los perros, el bazo acumula sangre para
una autotransfusión en caso de hemorragia.) Como resultado, en
caso de lesión, generalmente era extraído, sin intento alguno
de preservar su función. Sólo más tarde se descubrió
que el no tener el bazo predispone a serias infecciones de neumococos.
Hoy en día, se trata de preservar su función siempre que
sea posible, ya sea por reparación quirúrgica o dejando
fragmentos en el abdomen con la esperanza de que se aglutinen.
Puede decirse que esta fue una falla de los defensores
del naturalismo. Todo órgano verdaderamente vestigial debería
perderse eventualmente, quizá con relativa rapidez. Pero el admitir
esto los privaría de uno de sus argumentos favoritos.13
La necesidad de desacreditar a los creacionistas aparentemente les impidió
realizar una evaluación concienzuda de las evidencias y la teoría.
La historia se repitió en el caso de la controversia
en torno al “ADN basura”. Cuando se descubrió el ADN,
muchos evolucionistas supusieron que en el genoma de diversos organismos,
incluido el humano, existían vastas cantidades de ADN totalmente
inservible, al que denominaron “ADN basura”. Como destaca
Standish,14 acaso estaban ignorando la
teoría evolucionista debido a sus prejuicios contra los creacionistas.
Lo importante es que los creyentes en lo sobrenatural realizaron por lo
general una mejor predicción respecto del alcance del “ADN
basura” y, por lo tanto, los prejuicios en contra de lo sobrenatural
pueden haber obstaculizado la investigación (lo opuesto de lo que
generalmente se dice).
Una comprensión creciente
Esto nos lleva a un punto importante. Una de las razones
por las que la “ciencia” (el naturalismo) afirma no perder
en estos debates es porque incorpora a su perspectiva descubrimientos
que originalmente se pensaba que favorecían a la “religión”
(lo sobrenatural). Temas como la temporalidad del universo y los daños
del tabaco son incorporados al modelo naturalista, y el naturalista moderno
a menudo no es consciente de los matices religiosos de estas ideas, sino
que las ve como un ejemplo más del avance continuo de la ciencia.
Sin embargo, rara vez se le concede a la religión
la misma flexibilidad. Por ejemplo, la enorme mayoría de los teólogos
han aceptado una concepción heliocéntrica del sistema solar.
No obstante, los naturalistas siempre les recuerdan a los cristianos que
hubo un tiempo cuando la mayoría de ellos15
estaba en desacuerdo con esa teoría, y que la Iglesia Católica
forzó a Galileo a retractarse y prohibió sus libros, una
acción que ha tenido que repudiar. Pero si uno cree que el cristianismo
moderno es responsable de los errores de la mayoría de sus predecesores,
uno puede creer lo mismo de los naturalistas.
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Pero ellos están absolutamente comprometidos
con el origen natural de la vida. Algo de este espíritu puede percibirse
en un pasaje del valoso libro de Robert Shapiro titulado Origins: A Skeptic’s
Guide to the Origin of Life on Earth 17.
En él, Shapiro se refiere a las fallas de las diversas teorías
sobre el origen de la vida, para finalmente optar por la teoría
de los péptidos pequeños no modernos, que le parece menos
problemática. Pero en la página 130 revela sus prejuicios:
“Puede ser que llegue el día cuando todos los experimentos
químicos razonables descubran que, más allá de toda
duda, no se conoce el origen de la vida. Acaso nuevas evidencias geológicas
podrían indicar una aparición repentina de la vida en la
Tierra. Finalmente, podríamos haber explorado el universo sin hallar
en ningún lugar vestigios de vida o procesos que podrían
producirla. En ese caso, algunos científicos podrían buscar
respuestas en la religión. Otros, sin embargo, entre los que me
incluyo, examinaríamos las explicaciones científicas menos
probables con la esperanza de escoger una que fuera aún más
probable que las otras”.
Es decir que el naturalismo debe defenderse de lo obvio.
Y la mejor defensa es: “Aún no hemos perdido. Seguiremos
esperando hasta encontrar mejores argumentos”. En cuanto al origen
de la vida, se ve que el naturalismo habría perdido el debate hace
ya mucho tiempo si sus adherentes lo hubieran reconocido.
El problema de afirmar que en estas disputas “la
religión siempre pierde” es que no es verdad. No es verdad,
en retrospectiva, y si continúan las tendencias actuales de investigación,
tampoco lo será. Una afirmación tal debería ser reconocida
por lo que es, una declaración de fe contraria a las evidencias
de la historia y la ciencia. La religión no siempre pierde.18
Paul Giem es médico emergentólogo residente
en California. Entre sus intereses académicos se encuentran la
relación entre ciencia, religión e historia, y es autor
de un libro sobre el tema: Scientific Theology (disponible en http://www.scientifictheology.com).
Su dirección electrónica: paulgiem@yahoo.com.
REFERENCIAS
1. Edwin Thiele, The Mysterious Numbers
of the Hebrew Kings, 3ra ed. (Grand Rapids, Michigan: Zondervan,
1983, p. 12) da varios ejemplos, como el de Heinrich Ewals (The History
of Israel, Londres, 1876), Julius Wellhausen (“Die Zeitrechnung
des Buchs der Könige seit der Theilung des Reichs”, Jahrbücher
für Deutsche Theologie XX:607-40, 1875), and Bernhard Stade
(Geschichte des Volkes Israel, Berlin, 1889).
2. The Mysterious Numbers of the Hebrew
Kings.
3. Kenneth. Strand, “Thiele’s Biblical
Chronology as a Corrective for Extrabiblical Dates,” Andrews
University Seminary Studies 34 (1996):295-317.
4. Paul Giem, Scientific Theology
(Riverside, California: La Sierra University Press, 1977), pp. 98-109,
contiene una discusión con referencias.
5. William Shea, “Bel(te)shazzar meets
Belshazzar,” Andrews University Seminary Studies 26 (1988)
1:67-81.
6. “Extra-Biblical Texts and the Convocation
on the Plain of Dura,” Andrews University Seminary Studies
20 (1982) 1:29-57.
7. Elena White, El ministerio de curación,
p. 251. El libro se publicó originalmente en inglés en 1905,
compilando escritos anteriores, con el título de The Ministry
of Healing.
8. Robert Jastrow, God and the Astronomers
(Nueva York: W. W. Norton and Company, 1978). Si bien los creyentes en
lo sobrenatural no siempre estuvieron de un lado y los naturalistas del
otro, como hace notar Helge Kragh (Cosmology and Controversy
[Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1999], pp. 251-268), había
sin embargo una tendencia de alinearse del lado más compatible
con la evaluación personal del teísmo.
9. Citado, entre otros, en Oxford Reference
Online, disponible en http://www.oxfordreference.com/pages/Sample_Entries__sample_01.html.
La referencia más antigua que pude hallar, probablemente la fuente
original, es G. Gamow, My World Line (New York: Viking Press,
1970), p. 44.
10. The Structure of Man: An Index to His
Past History, trads. H. y M. Bernard; G. B. Howes (ed. London: MacMillan
and Co., 1895).
11. Para comentarios sobre el apéndice,
remítase a K. R. Millar, Finding Darwin’s God (New
York: Cliff Street Books, 1999), pp. 100, 101.
12. Para que el argumento contra lo sobrenatural
tenga éxito, es importante que la estructura a considerar no tenga
función alguna. No es suficiente que tenga una función mínima
y de fácil compensación. De otra forma, estructuras tales
como los dedos pequeños o de los pies podrían considerarse
innecesarias, ya que, si faltaran, sólo muy pocas funciones no
pueden llevarse a cabo de la misma manera, pero al mismo tiempo, parece
irracional afirmar que no podrían haber sido diseñadas.
13. Este argumento resulta tan atractivo que
todavía se utiliza. Aparece, por ejemplo, en Millar, pp. 100, 101.
14. Standish, “Rushing to Judgment: Functionality
in Noncoding or ‘Junk’ DNA,” Origins 53 (2002):
7-20. Disponible en http://www.grisda.org/origins/53007.pdf.
15. No todos; Felipe Melanchton fue una excepción.
16. La Explosión Cámbrica es
el nombre dado a la evidencia de que si bien en las rocas precámbricas
existen acaso tres o cuatro phylae (grupos básicos de organismos)
en un muy breve período de tiempo, en la primera aparecen la mayoría
de los phylae modernos (y aparentemente varios que desaparecieron), sin
formas intermedias conocidas. Esto no es lo que uno podría esperar
según la teoría evolucionista estándar.
17. New York: Summit Books, 1986.
18. Una versión anterior de este artículo
fue publicada en Origins 55 (2004):3-8, disponible en http://www.grisda.org/origins/55003.pdf.
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