Me
gustaría conocer el origen de la expresión “Tercer Mundo”. Se la lee y escucha
con frecuencia en la prensa, la radio y la televisión. Los adventistas también
la utilizan. ¿Cuál es su verdadero significado?
La
expresión “Tercer Mundo” (Tiers Monde) fue acuñada por el demógrafo
francés Alfred Sauvy en 1952 para referirse a las naciones jóvenes de Asia y
Africa que comenzaban a independizarse de las potencias coloniales europeas al
terminar la segunda guerra mundial. Sauvy vio en las aspiraciones de estos
nuevos países algunas semejanzas con el “tercer estado” de la Francia
pre-revolucionaria, que en la asamblea nacional representaba al pueblo en
contraste con los dos grupos minoritarios y privilegiados que integraban los
clérigos y la nobleza.
Después
de obtener la independencia, varias de estas nuevas naciones africanas y
asiáticas asumieron una postura política neutral frente al “primer mundo” de
los países industrializados con economía de mercado y al “segundo mundo”
compuesto de naciones comunistas con economías controladas por el gobierno. Así
el significado de la expresión “tercer mundo” fue pasando de la política a la
economía. Estos países jóvenes tenían dificultades para proveer alimento,
vivienda, ropa y educación a sus ciudadanos, exportaban principalmente
productos básicos y luchaban contra la pobreza, el clima, los conflictos
internos y los efectos negativos del régimen colonial anterior.
Cuando
los investigadores y periodistas popularizaron la expresión durante las décadas
de los 1960 y 1970 ocurrió un nuevo desplazamiento en su significado. “Tercer
Mundo” fue el término genérico que se aplicó a los países no caucásicos cuyas
dificultades socioeconómicas los situaban en la categoría más baja entre las
naciones del
mundo. Fue así como
la América Latina quedó también incluida en este grupo. Por detrás de la
dicotomía entre el rico primer mundo y el pobre tercer mundo era posible
detectar sentimientos de superioridad nacionalista y racial.
Sin
embargo, los diversos ritmos de industrialización que comenzaron a experimentar
los países del “tercer mundo” y la creciente prosperidad que caracterizó a
algunos de ellos por causa de la exportación de petróleo durante la década de
1980 continuó restándole precisión al término. En efecto, ¿son tanto Singapur como las Filipinas países del “tercer mundo”? ¿Y qué se puede decir de
Sudáfrica y Mozambique,
Haití y Vene-zuela?
En
años recientes el colapso y la fragmentación de la Unión Soviética y el
consiguiente movimiento hacia gobiernos democráticos y la economía de mercado
que han venido experimentando la mayoría de las naciones comunistas han hecho
que el concepto de “segundo mundo” perdiera su significado. Además en la
actualidad hay tantas diferencias económicas y regionales dentro de cada país
como las que existen entre los países de los así llamados “primer mundo” y el
“tercer mundo” Por otra parte, el analfabetismo, las altas tasas de mortalidad
infantil, el número de desamparados, las ciudades en decadencia y las
cuantiosas deudas nacionales ya no son características exclusivas de las
naciones del “tercer mundo”.
Muchos
de los que están bien informados acerca del
panorama mundial han dejado de usar esta expresión debido a su falta de
precisión. Los cristianos en particular deberíamos rechazar los términos que
clasifican a los pueblos y a las naciones en base a categorías puramente
materialistas o que promueven sentimientos de superioridad por motivos
raciales. Estas etiquetas nos vuelven insensibles a la originalidad de cada
pueblo y al valor de cada individuo a la vista de Dios. En realidad existe sólo
un mundo y sólo una familia humana que lo habita.
Humberto
M. Rasi, Ph.D., es redactor-en-jefe de Diálogo Universitario.
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