lunes, 8 de junio de 2009

EL BUEN SAMARITANO comentario exegetico

San Lucas 10:25-37
Según algunas exégesis antiquísimas, el hombre que descendía de Jerusalén a Jericó es Adán, la humanidad entera; Jerusalén es el paraíso; Jericó, el mundo; los ladrones son los demonios y las pasiones, que hacen caer al hombre en pecado provocándole la muerte; el sacerdote y el levita son la Ley y los profetas, que han visto la situación del hombre, pero no han podido hacer nada para cambiarla; el buen samaritano es Cristo, que ha derramado sobre las heridas humanas el vino de su sangre y el oleo o aceite del Espíritu Santo; la posada, a la que lleva al hombre recogido en el camino, es la Iglesia; el posadero es el pastor de la Iglesia, a la que confía el cuidado; el hecho de que el samaritano prometa volver, indica el anuncio de la segunda venida del Salvador Ahora, sabemos a quien debemos imitar, quien esta detrás del anónimo samaritano. Amar al prójimo, hacerse cercano a el, es exigido por el seguimiento de Cristo; es el primer deber de quien quiere ser su discípulo. La conclusión «Anda, haz tu lo mismo» nos recuerda lo que Jesús dijo a sus discípulos, después de haberles lavado los pies: «Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Juan 13,15). La parábola espera encarnarse, por lo tanto, en nuestra vida cotidiana. Escuchando el relato es fácil enojarse con el levita y con el sacerdote, que pasan sin pararse, y, tal vez, para tomar ocasión de acusar a la clase entera de los actuales levitas y los sacerdotes. Que las palabras de Jesús, en primer lugar, deben hacernos reflexionar a nosotros, el clero, esta fuera de duda. Pero, seria buscar pretextos limitarse a hacer esto. Cuantas personas «medio muertas» (en el cuerpo o en el espíritu) hemos encontrado, sacerdotes y laicos, en la vida y posiblemente también hemos caminado hacia adelante! La parábola del buen samaritano tiene en nuestros días un ámbito de aplicación totalmente nuevo. Los modernos bandidos, que dejan a las personas medio muertas por el camino, son los que nos ven necesitados y pasan de largo de muchas maneras: INDIFERENCIA Haz tú lo mismo! Jesús es el buen samaritano, es el hombre más próximo a todo hombre y a todos los hombres. La grandeza de la vocación cristiana está en que Jesús no nos dice: "ve y enseña tú lo mismo", sino "ve y haz tú lo mismo". Como nos dirá Santiago: "La fe sin obras es una fe muerta". Hoy cada cristiano es llamado a repetir a Jesús en su vida, a hacer del buen samaritano un propio seudónimo. Jesús dice a algunos cristianos: "Haz tú lo mismo en tu casa: con tu mamá que está enferma; con tu vecino, que es anciano y no puede valerse por sí mismo para muchas cosas; con tu hijo que tuvo un accidente y habrá de vivir el resto de su vida en silla de ruedas". A otros cristianos Jesús dirá: "Ve y haz tú lo mismo cuando vas por la calle, dando limosna con gusto a quien te la pida, informando amablemente a quien te pregunta por una dirección o por el nombre de un negocio; ve y haz tú lo mismo cuando vas en el autobús o en el metro, cediendo el asiento a los ancianos, a las madres con niños pequeños, a los minusválidos, siendo respetuoso y dueño de ti mismo cuando el autobús va a tope y te empujan por todas partes o incluso intentan robarte". Haz tú lo mismo: esta frase la deberíamos tener presente en nuestra mente y en nuestro corazón a lo largo de todos los días. Una frase que posee un potencial enorme de creatividad y de impulsos nuevos a la acción en favor de nuestros hermanos los hombres. Haz tú lo mismo: esta sola frase es capaz de inventar el futuro, de fraguar un mundo nuevo y mejor. ¿Cuántos cristianos haremos caso?

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