jueves, 12 de enero de 2012

EL TRABAJO DE LOS ÁNGELES


EL TRABAJO DE LOS ÁNGELES
Pr. W. Gabriel Quispe

I.        La obra de los ángeles de Dios


II.     la tarjeta de oro


1.        Ellos presentan  una tarjeta para entrar al cielo.


Entonces el ángel que me acompañaba me indicó de nuevo la ciudad, donde vi a cuatro ángeles que volaban hacia la puerta. Estaban justamente presentando al ángel de la puerta la tarjeta de oro. Notas biográficas pág 129. Primeros Escritos pág. 37.


III.  EL AMOR DE DIOS POR SU PUEBLO es muy grande


1.        El amor de Dios por su pueblo es muy grande.


He visto el tierno amor de Dios por su pueblo, y es muy grande.  Vi ángeles que extendían sus alas sobre los santos.  Cada santo tenía su ángel custodio.  Si los santos lloraban desalentados o estaban en peligro, los ángeles que sin cesar los asistían, volaban con presteza a llevar la noticia, y los ángeles de la ciudad cesaban de cantar.  Entonces Jesús comisionaba a otro ángel para que bajase a alentarlos, vigilarlos y procurar que no se apartaran del sendero estrecho; pero si los santos desdeñaban el vigilante cuidado de aquellos ángeles, rechazaban su consuelo y seguían extraviados, los ángeles se entristecían y lloraban.  Llevaban allá arriba la noticia, y todos los ángeles de la ciudad se echaban a llorar y en alta voz decían: "Amén." Pero si los santos fijaban los ojos en el premió que los aguardaba y glorificaban a Dios en alabanza, entonces los ángeles llevaban a la ciudad la grata nueva, y los ángeles de la ciudad tañían sus áureas arpas, y cantaban en alta voz: "¡Aleluya!" y por las bóvedas celestes repercutían sus hermosos cánticos. PE pág. 39

 

2.        Santa ciudad – los  ángeles presentan la tarjeta de oro.


En la santa ciudad hay perfecto orden y armonía.  Todos los ángeles comisionados para visitar la tierra llevan una tarjeta de oro que, al salir o entrar en la ciudad, presentan a los ángeles de la puerta.  El cielo es un lugar agradable. Yo anhelo estar allí y contemplar a mi hermoso Jesús que por mí dio la vida, y ser transmutada a su gloriosa, imagen. ¡Oh! ¡quién me diera palabras para expresar la gloria del brillante mundo venidero! Estoy sedienta de las vivas corrientes que alegran la ciudad de nuestro Dios. PE pág. 39





3.        Visión de otros mundos que no han caído en pecado.


El Señor me mostró en visión otros mundos.  Me fueron dadas alas y un ángel me acompañó desde la ciudad a un lugar brillante y glorioso.  La hierba era de un verde vivo y las aves gorjeaban un dulce canto.  Los moradores de aquel 40 lugar eran de todas estaturas; eran nobles, majestuosos y hermosos.  Llevaban, la manifiesta imagen de Jesús, y su semblante refulgía de santo júbilo, como expresión de la libertad y dicha que en aquel lugar disfrutaban.  Pregunté a uno de ellos por qué eran mucho más bellos que los habitantes de la tierra, y me respondió: "Hemos vivido en estricta obediencia a los  mandamientos de Dios, y no incurrimos en desobediencia como los habitantes de la tierra." Después vi  dos árboles, uno de los cuales se aprecia mucho al árbol de vida de la ciudad. El fruto de ambos era hermoso, pero no debían comer de uno de ellos.  Hubieran podido comer de los dos, pero les estaba vedado comer de uno.  Entonces el ángel que me acompañaba me dijo: "Nadie ha probado aquí la fruta del árbol prohibido, y si de ella comieran, caerían."  Después me transportaron a un mundo que tenía siete lunas; donde vi al anciano Enoc, que había sido trasladado.  Llevaba en su brazo derecho una esplendente palma, en cada una de cuyas hojas se leía escrita la palabra: "Victoria." Ceñía sus sienes una brillante guirnalda blanca con hojas, en el centro leía: "Pureza." Alrededor de la guirnalda había piedras preciosas de  diversos colores que resplandecían más vivamente que las estrellas  y , reflejando su fulgor en las letras, las magnificaban. En la parte posterior de la cabeza llevaba un moño que sujetaba la guirnalda, y en él estaba escrita la palabra: "Santidad." Sobre la guirnalda ceñía Enoc una corona más brillante que el sol.  Le pregunté si aquel era el lugar adonde lo habían transportado desde la tierra.  El me respondió: "No es éste.  Mi morada es la ciudad, y he venido a visitar este sitio." Andaba por allí como si estuviese en casa. Supliqué a mi ángel acompañante que me dejara permanecer allí.  No podía sufrir el pensamiento de volver a este tenebroso mundo.  El ángel me dijo entonces: "Debes volver, y si eres fiel, tendrás, con los 144,000, el privilegio de visitar todos los mundos y ver la obra de las manos de Dios."  Primeros Escritos pág . 39 –40.


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