Introducción
El presente trabajo presupone que
Cristo tomó la humanidad espiritualmente inmaculada: Fue concebido por el
Espíritu Santo (Mat 1:20); fue llamado “el santo ser que nacerá” (Luc 1: 35); su
ministerio fue denominado “santo, sin
mancha, apartado de los pecadores” (Heb
4: 15; 7: 26), que “no hizo
pecado, ni se halló engaño en su boca” (1Ped 2: 22) y que “no hay pecado en él” (1Jn 3: 5-7). Jesús
mismo desafió a sus detractores diciendo: “¿Quién
de vosotros me redarguye de pecado?” (Jn 8: 46).
La
cuarta creencia adventista llamada “Dios
el Hijo”, declara que “Jesús no
poseía propensiones ni inclinaciones al mal, ni siquiera pasiones pecaminosas”. Que “Jesús
nunca hizo confesión de pecado ni ofreció sacrificio. No oró: ‘Padre,
perdóname’, sino ‘Padre, perdónalos’ (Luc 23: 24)”[1].
“La humanidad de Cristo no fue la de Adán;
esto es, la humanidad de Adán antes de su caída. Tampoco fue la humanidad
caída, esto es, la humanidad de Adán después de la trasgresión, en todos sus
aspectos. No era la humanidad original de Adán, porque poseía las debilidades
inocentes de los seres caídos. No era la
humanidad caída, porque nunca había descendido a la impureza moral. Por lo tanto, era en el sentido más literal
nuestra humanidad, pero sin pecado”.[2]
“Cristo no poseía
la misma deslealtad pecaminosa, corrupta y caída que nosotros poseemos”[4].
“Permítase que todo hombre quede advertido de apartarse del terreno
de hacer a Cristo humano del todo, al igual que uno de nosotros; porque no
puede ser”[5].
“El es un hermano en nuestras debilidades, pero no en la posesión de
pasiones iguales. Como el único sin
pecado, su naturaleza se apartaba del mal”[6].
“No lo presentéis ante la gente como un hombre con las propensiones
del pecado… ni por un momento hubo en él propensión maligna alguna”[7]
Es claro, entonces, entender que la
humanidad de Jesús fue sin propensiones o tendencias hacia el mal, a diferencia
de la humanidad poslapsariana que es “vendida al pecado” (Rom 7: 14), fuente de maldad, (“del corazón
salen los malos pensamientos” Mat 15: 19) y concupiscente (de ephitumia, que significa inclinación al mal) (Sant 1: 14),
posición que ha sido demostrada por muchos.[8]
Proposición
Si Jesús, en su humanidad, fue
diferente a los demás seres humanos, entonces es de suponer que Cristo no puede
ser su ejemplo, porque él tuvo “ventajas”. Si no era como los demás, con “propensiones”, o “concupiscencia”, entonces no puede comprenderlos ni menos ser su modelo ni ejemplo.
Antes
de responder, y aparentemente acrecentando el problema, es necesario notar que
la singularidad de Jesús no sólo radicaba en su naturaleza humana “inmaculada”,
sino también en dos diferencias más.
Jesús participaba de dos condiciones únicas: Él era Dios-Hombre (Fil 2: 5-7)
y él era la expiación del pecado (Jn
1: 29).
Ahora,
el problema es mayor, Jesús tiene tres diferencias con el resto de la
humanidad. ¿Puede Jesús realmente ser nuestro ejemplo perfecto si no fue
realmente como nosotros? ¿Vino Jesús a este mundo con tres ventajas sobre
nosotros y nos pide que seamos como él?
La
respuesta es sí. Jesús es nuestro
ejemplo perfecto. Porque esas diferencias no se constituyeron en ventajas
si no en graves desventajas que le provocaron
tentaciones reales y sumamente “asediadoras”, haciendo que él sea tentado tanto
y más que nosotros, convirtiéndolo en nuestro ejemplo perfecto.
Se
entiende que la tentación en el ser humano obra desde adentro y desde afuera. Desde
adentro por la propia y sui géneris concupiscencia. Y desde
afuera por el mundo y el maligno. Cristo
fue tentado por las dos fuerzas de tentación: la interna y la externa (Santiago 1:14; Mateo 4:6-11; 1 Timoteo 3:5).
Procedimiento
El
primer punto de referencia será las Sagradas Escrituras, por supuesto; luego la
segunda fuente primaria serán los libros y artículos preparados por autores
adventistas y en especial los escritos de Elena de White.
A
manera de aclaración, y en forma rápida, se analiza algunos aspectos que están
relacionados con las similitudes de Jesús
con la naturaleza humana. Luego, la primera
parte, analiza la primera
diferencia: Cristo Dios-Hombre (Lucas 1:35; Juan 1:1-3, 14). No desde el tema
de cómo se relacionaron estas dos “voluntades”,
tema que fue definido en el Concilio de Calcedonia de 451 d.C., sino de cómo
esta “condición especial” Dios-Hombre afectó a Jesús en la
lucha contra la tentación y el pecado.
La segunda parte,
analiza la segunda diferencia: Cristo el Salvador (expiación) (Juan
1.29). No desde el tema soteriológico, sino de cómo esta “condición especial” Cristo-Salvador
afectó a Jesús en su lucha contra la tentación y el pecado. La tercera parte analiza la tercera
diferencia: Cristo espiritualmente inmaculado (Heb 4: 15; 7: 26). No desde el tema teológico,
sino de cómo esta “condición especial” Cristo inmaculado afectó a Jesús en su
lucha contra la tentación y el pecado.
Similitudes de Jesús con la
naturaleza humana
Es
importante notar los numerosos puntos de semejanzas entre Jesús y la humanidad.
El Dr. Vaucher[9]
presenta en forma condensada seis similitudes:
1.
“Corporeidad carnal”: Hebreos
2:14. Dios que es espiritual, se hizo
carne.
2.
“Relatividad” Lucas
22:41-44. Jesús vivió en un estado de
dependencia absoluta en relación al
Padre. Se adaptó al medio en el cual se
encontraba.
3.
“Perfectibilidad” Hebreos
5:8-10. Sujeto al desarrollo y al perfeccionismo.
4.
“Solidaridad específica”:
Hebreos 2:11. Identificación con la raza culpable.
5.
“Pasibilidad”: Hebreos
5:7. Jesús estuvo sujeto a la necesidad,
al sufrimiento y a la muerte.
6.
“Falibilidad”: Hebreos
4:15. Jesús podía pecar.
Segunda Parte
Cristo
hecho Dios-Hombre (Lucas 1:35; Juan 1:1-3, 14;
Filipense 2: 5-7).
Esta “situación especial” divina-humana de Jesús en vez de darle
ventajas frente al conflicto con el pecado fue la mayor desventaja. Esta
situación hizo real y difícil el conflicto que Jesús entabló en su lucha contra
la tentación y el pecado.
¿Qué
es el pecado? En esencia el pecado es “autonomía” o “independencia”
de Dios. Es la voluntad individual
por encima de la voluntad de Dios. Pecado es desobedecer la voluntad de Dios que
ha sido expresado en su santa ley (1Jn 3: 4).
Esta
tentación de “autonomía” o “independencia” obra en el ser humano “maculado” influido por dos fuerzas: Una interna, que es la “epithumia”, y la otra externa que es el mundo de pecado que
opera bajo la fuerza del maligno.
La fuerza del pecado entronizado en
la voluntad humana produjo debilidad de carácter que pueden ser catalogadas en
tres áreas. Las tres tentaciones de Jesús en el desierto permiten conocer las
tres áreas: La tentación del apetito
(Mat 4: 2, 3), la tentación de la codicia
(Mat 4: 8-10), y la tentación de la soberbia
(Mat 4: 5, 6). Las tentaciones apuntaron a provocar en Jesús “autonomía” o “independencia” de su
Padre.
Las
tres áreas de la tentación interna son mencionadas también por el apóstol Juan
(1Juan 2: 15-17). Él exhorta al cristiano a no “amar” al mundo. Luego, en el v. 16 menciona el significado de ese amor (v. 16) refiriéndose
a las tres áreas del pecado; que encuentran relación con las tres tentaciones
de Jesús:
1.
“Los deseos de la carne” Placer Apetito Mat 4: 2, 3.
2.
“La codicia de los ojos” Dinero Codicia Mat 4: 8-10.
3.
“La soberbia de la vida” Poder Soberbia Mat 4: 5, 6.
“Se abrió otro
libro en el cual estaban anotados los pecados de los que profesan la
verdad. Bajo el encabezamiento del
egoísmo venían todos los demás pecados. Había
también encabezamiento en cada columna, y debajo de ellos, frente a cada
hombre, estaban registrados en sus respectivas columnas los pecados
menores. Bajo la codicia, venía la
mentira, el robo, los hurtos, el fraude y la avaricia; bajo la ambición venía
el orgullo y la extravagancia; los celos encabezan la lista de la malicia, la
envidia y el odio; y la intemperancia, otra lista de crímenes terribles, como
la lascivia, el adulterio, la complacencia de las pasiones animales, etc.” [10]
De
acuerdo a esta cita, la “apithumia” se clasifica en cuatro:
Egoísmo
Codicia Ambición Celos Intemperancia
Mentira Orgullo Malicia Lascivia
Robo Extravagancia Envidia Adulterio
Hurto Odio Pasiones animales
Avaricia
Estas fuerzas (epithumia
o propensiones) empujan al mal, inclinan
al pecado, a la “independencia” o “autonomía” de la voluntad de Dios. Jesús fue tentado por las dos fuerzas de
tentación. En lo externo, por el diablo (Mateo 4:1-11); por los fariseos
(Mateo 22:34, 35); los escribas y los herodianos (Mateo 22:16, 18) y hasta por
los propios discípulos (Mateo 16:23).
También Jesús fue tentado por las
fuerzas internas. En el hombre
encuentran su origen en la concupiscencia.
Cada uno tiene su propio nivel, peculiaridad e intensidad de
propensiones hacia el mal; de ahí que cada uno es tentado en su propia esfera y
posición.
La
fuerza internas del pecado asediaba a Jesús a la “independencia” o “autonomía”.
Esa fuerza fue dirigidas de acuerdo a su situación divino-humana. El tentador
le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que
estas piedras se conviertan en pan”.
(Mateo 4:3). “Si eres Hijo de Dios, échate abajo…” (Mateo
6:30). La tentación consiste en provocar a Jesús que use su poder divino.
La
incredulidad tentó a Jesús hacia esa dirección.
“¿Qué señal haces tú, para que
veamos, y te creamos? ¿Qué obras haces?”.
(Juan 6:30). En las horas más difíciles de su pasión, el tentador lo
asaltó con la misma tentación. Herodes
lo provocó para que diera muestras de su
divinidad, los soldados romanos se burlaron de él haciéndole mofa como un falso
rey. “Y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos!
Y le daban de bofetadas” (Juan 19:3).
Cuando colgaban de la cruz la
presión de la opinión pública lo tentó diciendo: “A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de
Dios”. (Lucas 23:35). Los soldados también participaban del
conjunto tentador: “Si eres el Rey…”
Lucas 23:37). También el ladrón
impenitente le dijo: “Si eres el Cristo,
sálvate a ti mismo y a nosotros”. (Lucas 23:29).
Jesús fue asaltado por la
tentación de usar su divinidad más que ninguna otra. Ningún ser humano ha sido tentado en esa dirección. Su condición divino-humano, no fue una
ventaja sino la mayor desventaja. En esa
condición sintió con mayor crudeza el asedio del pecado empujándolo a apartarse
de la voluntad de Dios.
Tuvo que sujetar su divinidad para no usarla en su favor en el conflicto
con el pecado. “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). “Por
nuestra causa ejerció un dominio propio más fuerte que el hambre y la muerte”.[11] Cristo sujetó su voluntad hasta el punto de
morir antes de alejarse un ápice de ella.
“En Cristo había una sujeción de
lo humano a lo divino…, Cristo fue obediente en todos los mandamientos de su
Padre”.[12] “Si tuviésemos que soportar algo que Jesús no
soportó, en este detalle Satanás representaría el poder de Dios como
insuficiente para nosotros
Segunda Parte
Cristo
hecho el Salvador (expiación) (Juan 1.29).
Cristo
era el único medio provisto por Dios para la salvación del mundo (Juan
1:2). La Misión de Cristo estuvo
enmarcado en un cuadro de completa relevancia y, por lo tanto, de crucial
seriedad. En la victoria o fracaso de
Cristo se depositó el Conflicto Cósmico entre el bien y el mal. El trono y la armoniosa unidad entre el padre
y el Hijo estuvieron el juego.
Si Cristo fallaba no se había
provisto rescate para él. Cristo no tenía
ninguna posibilidad de arrepentimiento como la tiene el hombre cuando
peca. Esa situación de riesgo eterno
pesaba sobre Jesús. Desde su niñez estuvo empeñado en su misión salvadora. A los 12 años dijo que le era necesario estar
en “los negocios de su Padre” (Lucas
2:49). Luego decir, “mi comida es que se
haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34).
La encarnación de Cristo fue
impulsada por su misión. Por lo tanto,
todo su devenir en esta tierra se centró en cumplir su misión. De esa forma, Jesús no podía tomarse un
pequeño desvío en agradarse a sí mismo. Jesús es ejemplo de oración y total
dependencia de su Padre (Mateo 14:23, 24), él experimentó en su carne las “pruebas” (Lucas 22:28) de “permanecer” en la voluntad su Dios.
Tercera Parte
Cristo
hecho espiritualmente inmaculado (Heb 4: 15; 7: 26).
Es
posible que se piense que debido a esta situación, Jesús estuvo situado en un
sitial de infalibilidad. Sin embargo, es
importante recordar que Lucifer, los ángeles, Adán y Eva pecaron poseyendo
ellos una naturaleza glorificada e inmaculada.
¿Podría sentir la fuerza de la
tentación un ser humano que no tenía propensiones hacia el mal? Para contestar la presente pregunta, es
necesario remontarnos al pecado original de Lucifer. ¿Qué poder de tentación que actuaron en
él? ¿Interno o el externo? Ninguno.
Lucifer pecó cuando no existía ningún poder de tentación. Por ello se dice que el pecado (en su origen
y existencia) es un misterio.
En el caso de Adán, existía la
fuerza externa de tentación (la serpiente), pero no la interna (propensiones
hacia el mal) pues era inmaculado. ¿Fueron en verdad tentados? No sólo tentados, sino que pecaron. Así también Cristo fue tentado en verdad, él
podía pecar, pero salió victorioso.
En Cristo, también actuó la
fuerza interna de tentación, como se ha analizado. En el hombre esto es las tendencias hacia el
mal, en Cristo su condición peculiar de divino-humano (la tentación de usar
prerrogativas divinas) y su condición especial de ser el Salvador del mundo.
Ahora analizamos su condición especial
de inmaculada, que consistió en transitar por un mundo corrupto y contaminado
sin mancharse en él. De esta forma, Cristo “padeció
en proporción con la perfección de su santidad”[13] Fue su pureza y santidad que excitó contra él
la pasión de un mundo corrompido. Por su
vida perfecta, Cristo levantó la calumnia, la ira, la intriga y la envidia
contra él.
“En medio de la impureza Cristo mantuvo su
pureza. Satanás no pudo mancharlo o
corromperlo. Su carácter revelaba un
completo odio por el pecado. Fue su
santidad la que excitó contra él toda la pasión de un mundo corrompido; porque
su vida perfecta constituida un perpetuo reproche entre la trasgresión y la
justicia pura y sin mancha de Uno que no conocía pecado”.[14]
En la misma proporción que su
naturaleza inmaculada le daba una repulsión y odio hacia el pecado, su caminar
por esta tierra caída y manchada se le hacia penosa y dificultosa. Esa repulsión natural hacia el mal, se tornaba
en él en sufrimiento que persona alguna jamás ha experimentado. “Y sufrió en proporción a la perfección de su
santidad y su odio al pecado”.[15]
“La naturaleza humana de
Cristo no era semejante a la nuestra y el sufrimiento era sentido con más
viveza por él, porque su naturaleza espiritual estaba libre de toda mancha del
pecado. Por lo tanto, su deseo por la
extirpación del sufrimiento era mayor del que puedan expresar los seres
humanos…”[16]
Conclusión
Jesús
nuestro ejemplo perfecto
Las pruebas de Cristo lo capacitan para
ser nuestro ejemplo perfecto. Su
victoria testifica que para nosotros es posible obedecer la ley de Dios. Como hemos visto, su singularidad no le dio
ninguna ventaja, sino, más bien, fue su mayor desventaja. El secreto de su
victoria radicó en su completa y absoluta dependencia de la voluntad de su
Padre. Se despojó de si mismo y se
aferró a su Padre desde su nacimiento y durante toda su vida. Al vencer, logró para el hombre el acceso a
la misma ayuda.
“Cristo resistió
la tentación mediante el poder que puede tener el hombre. Se aferró del trono de Dios, y no hay hombre
o mujer que no pueda tener acceso a la misma ayuda mediante la fe de Dios. El hombre puede llegar a ser participante de
la naturaleza divina”.[17]
Jesús
no es nuestro ejemplo en la sensación de la pecaminosidad y del
arrepentimiento. Jesús es ejemplo en
cómo, el hombre convertido y regenerado, debe continuar así por el resto de su
vida. Cristo es ejemplo en el
sometimiento a Dios.
“Cristo vino para revelar la fuente de su
poder a fin de que el hombre nunca necesitara depender de sus capacidades
humanas desvalidas…”[18]
Cristo puso en evidencia que el hombre puede mantenerse íntegro. El hombre puede resistir el mal y vencer, si
combina su humanidad con la divinidad.
Así como Cristo permaneció en su Padre, así también el hombre debe
permanecer en Cristo, y salir victorioso.
“Permaneced en mi y yo en vosotros…,
pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:4, 7).
En
conclusión de lo que venimos diciendo, es que Cristo es nuestro ejemplo
perfecto porque él fue tentado “en todo” como nosotros, pero nunca pecó. Dejamos las dos citas que ha continuación
escribiremos como dos declaraciones que magistralmente condensan lo que venimos
diciendo:
“Cristo es el
único que experimentó todas las penas y tentaciones que sobreviven a los seres
humanos. Nunca fue tan fieramente
perseguido por la tentación otro ser nacido de mujer; nunca llevó otro una
carga tan pesada de los pecados y dolores del mundo. Nunca tan pesada de los pecados y dolores del
mundo. Nunca hubo otro cuya simpatía
fuese tan abarcante y tierna. Habiendo
participado de todo lo que experimenta la especie humana no sólo podía
condolerse de todo aquel que estuviese abrumado y tentado en la lucha, sino que
sentía con él”.[19]
“No fue, pues, un
juego. En Jesús no hubo la menor
convivencia con el pecado, pero la tentación cruzó su vida como cruza la
nuestra. Y no sólo una vez. Si el evangelio nos describe estas tres
tentaciones, hay en el nuevo testamento muchas frases que nos dicen que la
tentación acompañó a Jesús durante toda su vida. ‘Porque
no tenemos –dice la carta a los Hebreos 4:15- un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue
tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado’. Sí, ‘en todo’ fue tentado; en todos los
terrenos y en todas las formas: en el hambre y la sed, en el frío y en el
calor, en éxitos clamorosos y en fracasos desalentadores, en la soledad y en la
incomprensión de los más allegados, en las inoportunidades de las gentes, en la
hostilidad de los gobernantes. Se
entiende, por ello, que cuando Jesús, en los últimos días de su vida, al hablar
con intimidad a sus apóstoles les diga con palabras de agradecimiento: ‘Vosotros habéis permanecido constantemente
conmigo en mis pruebas” (Lucas 22:28).[20]
[1] Asociación Ministerial
de la Asociación General
de los Adventistas de Séptimo Día. Creencias
de los Adventistas del Séptimo Día. (Buenos.
Aires, Argentina: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1988), p. 57.
[2] La iglesia Adventista incluyó en “Creencia de los Adventista de los Adventistas del Séptimo Día” esta
cita que fue extraída del libro “Sermons by Henry Mervill” de Henry Mervill,
publicado en 1844. El sermón se titula “The Humiliation of the Man Christ
Jesús” (La Humillación
del hombre Cristo Jesús). Este libro formaba parte de los más de 1100 libros de
la biblioteca personal de la Sra. White
(The Ministry, Junio de 1982, p. 9).
Este libro está bien subrayado, entendiéndose que ella lo consultaba asiduamente.
[3] Elena G. de White, El
Deseado de Todas las gentes, (Publicaciones Interamericanas, California,
USA, 1971), p. 32.
[4] Elena G. White, Manuscrito
94, 1893, citado por Robet W. Olson, secretario Patrimonio E. G. de
White, La Humanidad de Cristo. Traducido
por el Centro de Investigación White, Argentina, 1989, p. 7.
[5] Asociación Ministerial de la Asociación
General de los Adventistas de Séptimo Día. Questions on Doctrine, p. 1129.
[6] Elena G.
de White, Testimonios para la Iglesia , v. 2,
(Publicaciones Interamericanas, California, USA, 1971), pág. 202.
[7] Francis D.Nichol, Ed., Seventh Day Adventist Bible Commentary,
v. 7 (Washington, Review and Herald, 1953-57), p. 925.
[8] Muchos autores y confesiones religiosas (no
adventistas y adventistas) a través de los tiempos han afirmado que Cristo tuvo
una naturaleza humana espiritualmente inmaculada: en todo igual, excepto en las
propensiones hacia el pecado. Reformed Confession of the 16th Century,
article II, (Londres: s.e., s.f.), 103
afirma que la Confesión Helvética , Confesión Belga , Catecismo de Heilderberg , Confesión de
Westminster, la fórmula Luterana de Concord creen esto. Además lo afirman Luis
Berkhof. Teología sistemática. (La Antorcha de México, A.C.,
1972), p. 378. Alfred F. Vancher. La
Historia de la Salvación. (Editorial
SAFELIZ, S. L., Aravaca, Madrid, 1988), p. 220. Karl Barth. Church Dogmatic. (Edimburg, T. & T., Clark, 58), p.
153. Ver también su obra, Bosquejo de dogmática. (Editorial La Aurora , Bs. As.,
1954). ps. 153-157. Anders Nygrem. La Epístola a los Romanos. (Editorial La Aurora , Buenos Aires,
1969), p. 262. G .
C. Berkouver. The Person of Christ. (Gran
Rapids, MI: Wm B. Eardmans Publishing House, 1973), p. 342 y otros.
[9] Alfred F. Vaucher, La Historia de la Salvación , p. 219, 220.
[10] Elena G. de White. I, Joyas de los testimonios, (Bs. As., ACES), p.
521, 522.
[11] Elena G. de White, SDA Commentary, v. 7, p.
930.
[12] Elena G. de White, DTG, pág. 92.
[13] Elena G. de White, La Educación , pág. 74.
[14] SDA Commentary, v. 5, pág. 1142.
[15] Elena G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, pág.
649.
[16] Elena G. de White, The Sing of
The Times, 9 de diciembre de 1897.
[17] Elena G. de White, Mensajes Selectos, v. 1, p. 478.
[18] Idem.
[19] Elena G. de White, La Educación , pág. 74.
[20] José Luis Martín Descalzo, Vida y ministerio de Jesús de
Nazaret, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1989), p. 316.
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