jueves, 12 de enero de 2012

LA HUMANIDAD SINGULAR DE CRISTO: UN EJEMPLO PERFECTO




LA HUMANIDAD SINGULAR DE CRISTO: UN EJEMPLO PERFECTO
           
Introducción
            El presente trabajo presupone que Cristo tomó la humanidad espiritualmente inmaculada: Fue concebido por el Espíritu Santo (Mat 1:20);  fue llamado “el santo ser que nacerá” (Luc 1: 35); su ministerio fue denominado “santo, sin mancha, apartado de los pecadores” (Heb  4: 15; 7: 26), que “no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1Ped 2: 22) y que “no hay pecado en él” (1Jn 3: 5-7). Jesús mismo desafió a sus detractores diciendo: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Jn 8: 46).
La cuarta creencia adventista llamada “Dios el Hijo”, declara que “Jesús no poseía propensiones ni inclinaciones al mal, ni siquiera pasiones pecaminosas”.  Que “Jesús nunca hizo confesión de pecado ni ofreció sacrificio. No oró: ‘Padre, perdóname’, sino ‘Padre, perdónalos’ (Luc 23: 24)”[1].
 “La humanidad de Cristo no fue la de Adán; esto es, la humanidad de Adán antes de su caída. Tampoco fue la humanidad caída, esto es, la humanidad de Adán después de la trasgresión, en todos sus aspectos. No era la humanidad original de Adán, porque poseía las debilidades inocentes de los seres caídos.  No era la humanidad caída, porque nunca había descendido a la impureza moral.  Por lo tanto, era en el sentido más literal nuestra humanidad, pero sin pecado”.[2]
            La Sra. White, a pesar de mencionar que Cristo tomó la naturaleza humana con cuatro mil años de pecado y degeneración[3],  es enfática al presentar a Cristo espiritualmente inmaculado, diferente a nosotros:
“Cristo no poseía la misma deslealtad pecaminosa, corrupta y caída que nosotros poseemos”[4]

“Permítase que todo hombre quede advertido de apartarse del terreno de hacer a Cristo humano del todo, al igual que uno de nosotros; porque no puede ser”[5].

“El es un hermano en nuestras debilidades, pero no en la posesión de pasiones iguales.  Como el único sin pecado, su naturaleza se apartaba del mal”[6].

“No lo presentéis ante la gente como un hombre con las propensiones del pecado… ni por un momento hubo en él propensión maligna alguna”[7]

            Es claro, entonces, entender que la humanidad de Jesús fue sin propensiones o tendencias hacia el mal, a diferencia de la humanidad poslapsariana que es “vendida al pecado” (Rom 7: 14),  fuente de maldad,  (“del corazón salen los malos pensamientos” Mat 15: 19) y concupiscente (de ephitumia, que significa inclinación al mal) (Sant 1: 14), posición que ha sido demostrada por muchos.[8]
Proposición
            Si Jesús, en su humanidad, fue diferente a los demás seres humanos, entonces es de suponer que Cristo no puede ser su ejemplo, porque él tuvo “ventajas”. Si no era como los demás, con “propensiones”, o “concupiscencia”, entonces no puede comprenderlos ni menos ser su modelo ni ejemplo.
Antes de responder, y aparentemente acrecentando el problema, es necesario notar que la singularidad de Jesús no sólo radicaba en su naturaleza humana “inmaculada”,  sino también en dos diferencias más. Jesús participaba de dos condiciones únicas: Él era Dios-Hombre (Fil 2: 5-7) y él era la expiación del pecado (Jn 1: 29).
Ahora, el problema es mayor, Jesús tiene tres diferencias con el resto de la humanidad. ¿Puede Jesús realmente ser nuestro ejemplo perfecto si no fue realmente como nosotros? ¿Vino Jesús a este mundo con tres ventajas sobre nosotros y nos pide que seamos como él?
La respuesta es sí. Jesús es nuestro ejemplo perfecto. Porque esas diferencias no se constituyeron en ventajas si no en graves desventajas que le provocaron tentaciones reales y sumamente “asediadoras, haciendo que él sea tentado tanto y más que nosotros, convirtiéndolo en nuestro ejemplo perfecto.
Se entiende que la tentación en el ser humano obra desde adentro y desde afueraDesde adentro por la propia y sui géneris concupiscencia.  Y desde afuera por el mundo y el maligno.  Cristo fue tentado por las dos fuerzas de tentación: la interna y la externa  (Santiago 1:14; Mateo 4:6-11; 1 Timoteo 3:5).


Procedimiento
El primer punto de referencia será las Sagradas Escrituras, por supuesto; luego la segunda fuente primaria serán los libros y artículos preparados por autores adventistas y en especial los escritos de Elena de White.
A manera de aclaración, y en forma rápida, se analiza algunos aspectos que están relacionados con las similitudes de Jesús con la naturaleza humana. Luego, la primera parte,  analiza la primera diferencia: Cristo Dios-Hombre (Lucas 1:35; Juan 1:1-3, 14). No desde el tema de cómo se relacionaron estas dos “voluntades”, tema que fue definido en el Concilio de Calcedonia de 451 d.C., sino de cómo esta “condición especialDios-Hombre afectó a Jesús en la lucha contra la tentación y el pecado.
La segunda parte, analiza la segunda diferencia: Cristo el Salvador (expiación) (Juan 1.29). No desde el tema soteriológico, sino de cómo esta “condición especial” Cristo-Salvador afectó a Jesús en su lucha contra la tentación y el pecado. La tercera parte analiza la tercera diferencia: Cristo espiritualmente inmaculado (Heb  4: 15; 7: 26). No desde el tema teológico, sino de cómo esta “condición especial” Cristo inmaculado afectó a Jesús en su lucha contra la tentación y el pecado.
Similitudes de Jesús con la naturaleza humana
Es importante notar los numerosos puntos de semejanzas entre Jesús y la humanidad. El Dr. Vaucher[9] presenta en forma condensada seis similitudes:
1.       “Corporeidad carnal”: Hebreos 2:14.  Dios que es espiritual, se hizo carne.
2.      Relatividad” Lucas 22:41-44.  Jesús vivió en un estado de dependencia absoluta en relación  al Padre.  Se adaptó al medio en el cual se encontraba.
3.      Perfectibilidad” Hebreos 5:8-10.  Sujeto al desarrollo y al perfeccionismo.
4.      Solidaridad específica”: Hebreos 2:11. Identificación con la raza culpable.
5.      Pasibilidad”: Hebreos 5:7.  Jesús estuvo sujeto a la necesidad, al sufrimiento y a la muerte.
6.      Falibilidad”: Hebreos 4:15.  Jesús podía pecar.
Segunda Parte
Cristo hecho Dios-Hombre (Lucas 1:35; Juan 1:1-3, 14; Filipense 2: 5-7).
            Esta “situación especialdivina-humana de Jesús en vez de darle ventajas frente al conflicto con el pecado fue la mayor desventaja. Esta situación hizo real y difícil el conflicto que Jesús entabló en su lucha contra la tentación y el pecado.  
            ¿Qué es el pecado? En esencia el pecado es “autonomía”  o “independencia” de Dios. Es la voluntad individual por encima de la voluntad de Dios.  Pecado es desobedecer la voluntad de Dios que ha sido expresado en su santa ley (1Jn 3: 4).
Esta tentación de “autonomía” o “independencia” obra en el ser humano “maculado” influido por dos fuerzas: Una interna, que es la “epithumia”, y la otra externa que es el mundo de pecado que opera bajo la fuerza del maligno.
            La fuerza del pecado entronizado en la voluntad humana produjo debilidad de carácter que pueden ser catalogadas en tres áreas. Las tres tentaciones de Jesús en el desierto permiten conocer las tres áreas: La tentación del apetito (Mat 4: 2, 3), la tentación de la codicia (Mat 4: 8-10), y la tentación de la soberbia (Mat 4: 5, 6). Las tentaciones apuntaron a provocar en Jesús “autonomía” o “independencia” de su Padre.
Las tres áreas de la tentación interna son mencionadas también por el apóstol Juan (1Juan 2: 15-17). Él exhorta al cristiano a no “amar” al mundo. Luego, en el v. 16  menciona el significado de ese amor (v. 16) refiriéndose a las tres áreas del pecado; que encuentran relación con las tres tentaciones de Jesús:
1. “Los deseos de la carne”               Placer              Apetito           Mat 4: 2, 3.
2. “La codicia de los ojos”                Dinero             Codicia           Mat 4: 8-10.
3. “La soberbia de la vida”                Poder              Soberbia          Mat 4: 5, 6.
La Sra. White escribió sobre esto mismo diciendo:
“Se abrió otro libro en el cual estaban anotados los pecados de los que profesan la verdad.  Bajo el encabezamiento del egoísmo venían todos los demás pecados.  Había también encabezamiento en cada columna, y debajo de ellos, frente a cada hombre, estaban registrados en sus respectivas columnas los pecados menores.  Bajo la codicia, venía la mentira, el robo, los hurtos, el fraude y la avaricia; bajo la ambición venía el orgullo y la extravagancia; los celos encabezan la lista de la malicia, la envidia y el odio; y la intemperancia, otra lista de crímenes terribles, como la lascivia, el adulterio, la complacencia de las pasiones animales, etc.” [10]

De acuerdo a esta cita, la “apithumia” se clasifica en cuatro:
Egoísmo
Codicia                       Ambición                   Celos               Intemperancia
Mentira                       Orgullo                       Malicia            Lascivia
Robo                          Extravagancia             Envidia           Adulterio
Hurto                                                             Odio               Pasiones animales
Avaricia

 Estas fuerzas  (epithumia o propensiones) empujan al mal, inclinan al pecado, a la “independencia” o “autonomía” de la voluntad de Dios.  Jesús fue tentado por las dos fuerzas de tentación.  En lo externo, por el diablo (Mateo 4:1-11); por los fariseos (Mateo 22:34, 35); los escribas y los herodianos (Mateo 22:16, 18) y hasta por los propios discípulos (Mateo 16:23).
            También Jesús fue tentado por las fuerzas internas.  En el hombre encuentran su origen en la concupiscencia.  Cada uno tiene su propio nivel, peculiaridad e intensidad de propensiones hacia el mal; de ahí que cada uno es tentado en su propia esfera y posición. 
La fuerza internas del pecado asediaba a Jesús a la “independencia” o “autonomía”. Esa fuerza fue dirigidas de acuerdo a su situación divino-humana.  El tentador le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”.  (Mateo 4:3).  “Si eres Hijo de Dios, échate abajo…” (Mateo 6:30). La tentación consiste en provocar a Jesús que use su poder divino. 
La incredulidad tentó a Jesús hacia esa dirección.  “¿Qué señal haces tú, para que veamos, y te creamos?  ¿Qué obras  haces?”.  (Juan 6:30). En las horas más difíciles de su pasión, el tentador lo asaltó con la misma tentación.  Herodes lo provocó  para que diera muestras de su divinidad, los soldados romanos se burlaron de él haciéndole mofa como un falso rey.  “Y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos!  Y le daban de bofetadas” (Juan 19:3).
                 Cuando colgaban de la cruz la presión de la opinión pública lo tentó diciendo: “A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios”.  (Lucas 23:35).  Los soldados también participaban del conjunto tentador: “Si eres el Rey…” Lucas 23:37).  También el ladrón impenitente le dijo: “Si eres el Cristo, sálvate  a ti mismo y a nosotros”.  (Lucas 23:29).
                 Jesús fue asaltado por la tentación de usar su divinidad más que ninguna otra.  Ningún ser humano ha sido tentado en esa dirección.  Su condición divino-humano, no fue una ventaja sino la mayor desventaja.  En esa condición sintió con mayor crudeza el asedio del pecado empujándolo a apartarse de la voluntad de Dios.
            Tuvo que sujetar  su divinidad para no usarla en su favor en el conflicto con el pecado.  “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).  “Por nuestra causa ejerció un dominio propio más fuerte que el hambre y la muerte”.[11]  Cristo sujetó su voluntad hasta el punto de morir antes de alejarse un ápice de ella.  “En Cristo había una sujeción de lo humano a lo divino…, Cristo fue obediente en todos los mandamientos de su Padre”.[12]    “Si tuviésemos que soportar algo que Jesús no soportó, en este detalle Satanás representaría el poder de Dios como insuficiente para nosotros
Segunda Parte
Cristo hecho el Salvador (expiación) (Juan 1.29).
Cristo era el único medio provisto por Dios para la salvación del mundo (Juan 1:2).  La Misión de Cristo estuvo enmarcado en un cuadro de completa relevancia y, por lo tanto, de crucial seriedad.  En la victoria o fracaso de Cristo se depositó el Conflicto Cósmico entre el bien y el mal.  El trono y la armoniosa unidad entre el padre y el Hijo estuvieron el juego.
                 Si Cristo fallaba no se había provisto rescate para él.  Cristo no tenía ninguna posibilidad de arrepentimiento como la tiene el hombre cuando peca.  Esa situación de riesgo eterno pesaba sobre Jesús. Desde su niñez estuvo empeñado en su misión salvadora.  A los 12 años dijo que le era necesario estar en “los negocios de su Padre” (Lucas 2:49). Luego decir, “mi comida es que se haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34).
                 La encarnación de Cristo fue impulsada por su misión.  Por lo tanto, todo su devenir en esta tierra se centró en cumplir su misión.  De esa forma, Jesús no podía tomarse un pequeño desvío en agradarse a sí mismo. Jesús es ejemplo de oración y total dependencia de su Padre (Mateo 14:23, 24), él experimentó en su carne las “pruebas” (Lucas 22:28) de “permanecer” en la voluntad su Dios. 
Tercera Parte
Cristo hecho espiritualmente inmaculado (Heb  4: 15; 7: 26).
Es posible que se piense que debido a esta situación, Jesús estuvo situado en un sitial de infalibilidad.  Sin embargo, es importante recordar que Lucifer, los ángeles, Adán y Eva pecaron poseyendo ellos una naturaleza glorificada e inmaculada.
                 ¿Podría sentir la fuerza de la tentación un ser humano que no tenía propensiones hacia el mal?  Para contestar la presente pregunta, es necesario remontarnos al pecado original de Lucifer.  ¿Qué poder de tentación que actuaron en él?  ¿Interno o el externo?   Ninguno.  Lucifer pecó cuando no existía ningún poder de tentación.  Por ello se dice que el pecado (en su origen y existencia) es un misterio. 
                 En el caso de Adán, existía la fuerza externa de tentación (la serpiente), pero no la interna (propensiones hacia el mal)  pues era inmaculado.  ¿Fueron en verdad tentados?  No sólo tentados, sino que pecaron.  Así también Cristo fue tentado en verdad, él podía pecar, pero salió victorioso.
                 En Cristo, también actuó la fuerza interna de tentación, como se ha analizado.  En el hombre esto es las tendencias hacia el mal, en Cristo su condición peculiar de divino-humano (la tentación de usar prerrogativas divinas) y su condición especial de ser el Salvador del mundo.
                 Ahora analizamos su condición especial de inmaculada, que consistió en transitar por un mundo corrupto y contaminado sin mancharse en él. De esta forma, Cristo “padeció en proporción con la perfección de su santidad[13]  Fue su pureza y santidad que excitó contra él la pasión de un mundo corrompido.  Por su vida perfecta, Cristo levantó la calumnia, la ira, la intriga y la envidia contra él.
     “En medio de la impureza Cristo mantuvo su pureza.  Satanás no pudo mancharlo o corromperlo.  Su carácter revelaba un completo odio por el pecado.  Fue su santidad la que excitó contra él toda la pasión de un mundo corrompido; porque su vida perfecta constituida un perpetuo reproche entre la trasgresión y la justicia pura y sin mancha de Uno que no conocía pecado”.[14]

                 En la misma proporción que su naturaleza inmaculada le daba una repulsión y odio hacia el pecado, su caminar por esta tierra caída y manchada se le hacia penosa y dificultosa.  Esa repulsión natural hacia el mal, se tornaba en él en sufrimiento que persona alguna jamás ha experimentado.  “Y sufrió en proporción a la perfección de su santidad y su odio al pecado”.[15]
                   “La naturaleza humana de Cristo no era semejante a la nuestra y el sufrimiento era sentido con más viveza por él, porque su naturaleza espiritual estaba libre de toda mancha del pecado.  Por lo tanto, su deseo por la extirpación del sufrimiento era mayor del que puedan expresar los seres humanos…”[16]
Conclusión
Jesús nuestro ejemplo perfecto
            Las pruebas de Cristo lo capacitan para ser nuestro ejemplo perfecto.  Su victoria testifica que para nosotros es posible obedecer la ley de Dios.  Como hemos visto, su singularidad no le dio ninguna ventaja, sino, más bien, fue su mayor desventaja. El secreto de su victoria radicó en su completa y absoluta dependencia de la voluntad de su Padre.  Se despojó de si mismo y se aferró a su Padre desde su nacimiento y durante toda su vida.  Al vencer, logró para el hombre el acceso a la misma ayuda.
“Cristo resistió la tentación mediante el poder que puede tener el hombre.  Se aferró del trono de Dios, y no hay hombre o mujer que no pueda tener acceso a la misma ayuda mediante la fe de Dios.  El hombre puede llegar a ser participante de la naturaleza divina”.[17]

Jesús no es nuestro ejemplo en la sensación de la pecaminosidad y del arrepentimiento.  Jesús es ejemplo en cómo, el hombre convertido y regenerado, debe continuar así por el resto de su vida. Cristo es ejemplo  en el sometimiento a Dios. 
Cristo vino para revelar la fuente de su poder a fin de que el hombre nunca necesitara depender de sus capacidades humanas desvalidas…”[18] Cristo puso en evidencia que el hombre puede mantenerse íntegro.  El hombre puede resistir el mal y vencer, si combina su humanidad con la divinidad.  Así como Cristo permaneció en su Padre, así también el hombre debe permanecer en Cristo, y salir victorioso.  “Permaneced en mi y yo en vosotros…, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:4, 7).
En conclusión de lo que venimos diciendo, es que Cristo es nuestro ejemplo perfecto porque él fue tentado “en todo” como nosotros, pero nunca pecó.  Dejamos las dos citas que ha continuación escribiremos como dos declaraciones que magistralmente condensan lo que venimos diciendo:
“Cristo es el único que experimentó todas las penas y tentaciones que sobreviven a los seres humanos.  Nunca fue tan fieramente perseguido por la tentación otro ser nacido de mujer; nunca llevó otro una carga tan pesada de los pecados y dolores del mundo.  Nunca tan pesada de los pecados y dolores del mundo.  Nunca hubo otro cuya simpatía fuese tan abarcante y tierna.  Habiendo participado de todo lo que experimenta la especie humana no sólo podía condolerse de todo aquel que estuviese abrumado y tentado en la lucha, sino que sentía con él”.[19]
“No fue, pues, un juego.  En Jesús no hubo la menor convivencia con el pecado, pero la tentación cruzó su vida como cruza la nuestra.  Y no sólo una vez.  Si el evangelio nos describe estas tres tentaciones, hay en el nuevo testamento muchas frases que nos dicen que la tentación acompañó a Jesús durante toda su vida.  ‘Porque no tenemos –dice la carta a los Hebreos 4:15- un sumo sacerdote que no pueda compadecerse  de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado’.  Sí, ‘en todo’ fue tentado; en todos los terrenos y en todas las formas: en el hambre y la sed, en el frío y en el calor, en éxitos clamorosos y en fracasos desalentadores, en la soledad y en la incomprensión de los más allegados, en las inoportunidades de las gentes, en la hostilidad de los gobernantes.  Se entiende, por ello, que cuando Jesús, en los últimos días de su vida, al hablar con intimidad a sus apóstoles les diga con palabras de agradecimiento: ‘Vosotros habéis permanecido constantemente conmigo en mis pruebas” (Lucas 22:28).[20]


[1] Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas de Séptimo Día. Creencias de los Adventistas del Séptimo Día.  (Buenos. Aires, Argentina: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1988), p. 57.
[2] La iglesia Adventista incluyó en “Creencia de los Adventista de los Adventistas del Séptimo Día” esta cita que fue extraída del libro “Sermons by Henry Mervill” de Henry Mervill, publicado en 1844. El sermón se titula “The Humiliation of the Man Christ Jesús” (La Humillación del hombre Cristo Jesús). Este libro formaba parte de los más de 1100 libros de la biblioteca personal de la Sra. White (The Ministry, Junio de 1982, p. 9). Este libro está bien subrayado, entendiéndose que ella lo consultaba  asiduamente.
[3] Elena G. de White, El Deseado de Todas las gentes, (Publicaciones Interamericanas, California, USA, 1971),  p. 32.
[4] Elena G. White, Manuscrito 94, 1893, citado por Robet W. Olson, secretario Patrimonio E. G. de White, La Humanidad de Cristo.  Traducido por el Centro de Investigación White, Argentina, 1989, p. 7.
[5] Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas de Séptimo Día. Questions on Doctrine, p. 1129.
[6] Elena G. de White, Testimonios para la Iglesia, v. 2, (Publicaciones Interamericanas, California, USA, 1971), pág. 202.
[7] Francis D.Nichol, Ed., Seventh Day Adventist Bible Commentary, v. 7 (Washington, Review and Herald, 1953-57),  p. 925.
[8] Muchos autores y confesiones religiosas (no adventistas y adventistas) a través de los tiempos han afirmado que Cristo tuvo una naturaleza humana espiritualmente inmaculada: en todo igual, excepto en las propensiones hacia el pecado. Reformed Confession of the 16th Century, article II, (Londres: s.e., s.f.),  103 afirma que la Confesión Helvética , Confesión Belga , Catecismo de Heilderberg , Confesión de Westminster, la fórmula Luterana de Concord creen esto. Además lo afirman Luis Berkhof.  Teología sistemática.   (La Antorcha de México, A.C., 1972), p. 378. Alfred F. Vancher.  La Historia de la Salvación.  (Editorial SAFELIZ, S. L., Aravaca, Madrid, 1988), p. 220. Karl Barth.  Church Dogmatic.  (Edimburg, T. & T., Clark, 58), p. 153.  Ver también su obra, Bosquejo de dogmática.  (Editorial La Aurora, Bs. As., 1954).  ps. 153-157. Anders Nygrem.  La Epístola a los Romanos.  (Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1969), p. 262. G. C. Berkouver.  The Person of Christ.  (Gran Rapids, MI: Wm B. Eardmans Publishing House, 1973), p. 342 y otros.

[9] Alfred F. Vaucher, La Historia de la Salvación,  p. 219, 220.
[10] Elena G. de White. I, Joyas de los testimonios, (Bs. As., ACES), p. 521, 522.
[11] Elena G. de White, SDA Commentary, v. 7, p. 930.
[12] Elena G. de White, DTG, pág. 92.
[13] Elena G. de White, La Educación, pág. 74.
[14] SDA Commentary, v. 5, pág. 1142.
[15] Elena G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, pág. 649.
[16] Elena G. de White, The Sing of The Times, 9 de diciembre de 1897.
[17] Elena G. de White, Mensajes Selectos, v. 1, p. 478.
[18] Idem.
[19] Elena G. de White, La Educación, pág. 74.
[20] José Luis Martín Descalzo, Vida y ministerio de Jesús de Nazaret, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1989), p. 316.

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